RECORD: Torre y Huerta, Carlos de la. 1880. Breve exposicion del Darwinismo. El Club de Matanzas no. 12 (16 May): 90-91.

REVISION HISTORY: Transcribed by Luis Ernesto Martínez González 7.2011. RN1

NOTE: See the record for this item in the Freeman Bibliographical Database by entering its Identifier here. Carlos de la Torre y Huerta (1858-1950) was a prominent Cuban naturalist.


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BREVE EXPOSICIÓN DEL DARWINISMO

El desarrollo rápido y considerable que han alcanzado las ciencias naturales en estos últimos años, su intervención en las cuestiones filosóficas y el triunfo obtenido por las teorías naturalistas –sólidamente basadas en la observación y en la irresistible lógica de los hechos- sobre las doctrinas espiritualistas- meros ideales forjados por la imaginación y sostenidos por el charlatanismo ininteligibles de los filósofos escolásticos- se deben indudablemente, más que nada, a la agitación científica ocasionada por la aparición de las obras del sabio naturalista inglés Carlos Darwin, y por la propagación, en Alemania, de las nuevas doctrinas de la evolución y del transformismo por el no menos eminente y profundo pensador de la doctrina Ernesto Haeckel.

En 1859 dio a conocer Darwin ‘El origen de las especies’, obra en que presenta condensadas sus ideas acerca del origen y desaparición de los seres organizados; y en la que, estudiando los resultados de la selección artificial y observando los fenómenos de la lucha por la vida y de la selección sexual, concibe las leyes de la selección natural y formula las bases de la teoría de la descendencia humana que acaba de echar por tierra el dogma de la creación momentánea del hombre perfecto en lo físico y en posesión absoluta de todas sus facultades morales e intelectuales.

Ya la Geología se había encargado de desmentir los errores reinantes acerca de la antigüedad y formación del globo, y ya también los progresos de la Antropología y de la Arqueología geológica habían demostrado el desarrollo lento y progresivo de la inteligencia humana, grabado con rasgos indelebles en los silex labrados de la edad de piedra y en las toscas esculturas de las astas del rengífero primitivo. Pero quedaba aún por resolver una infinidad de problemas que no habían podido ser explicados de manera satisfactoria; la inteligencia se resistía a admitir una creación múltiple y completa; la Paleontología adquiriría todo su carácter de ciencia empírica y estaba llamada a representar un papel –el más importante- en los graves conflictos que necesariamente se había de suscitar; los fósiles no podían ser considerados ya como simples caprichos de la naturaleza, aquellos restos pertenecían a seres preexistentes y era necesario averiguar las causas que los habían hecho desaparecer; por otra parte, lo variado y lo particular de aquellas formas –en las que frecuentemente se ven reunidos caracteres pertenecientes a grupos del todo distintos- hacían pensar en la relación que pudieran tener con las especies vivas, de cuya estabilidad se había empezado a dudar en vista de las variedades y transiciones notables que presentan.

Darwin recopiló y estudió concienzudamente todo lo que hasta entonces se había escrito sobre el particular, emprendió por su parte minuciosas indagaciones y contrastando aquellas ideas con las suyas propias, presentó su teoría que, no solo respondía a todas las exigencias de la época, sino que formulaba otras nuevas y más interesantes cuestiones que han ocupado y ocupan la atención de las eminencias europeas y americanas.

Desde entonces se vio continuamente acrecida la bibliografía científica; además de la obra mencionada escribió Darwin: ‘La descendencia del hombre y la selección sexual’, ‘De la variación de los animales y las plantas por la domesticidad’, ‘Las plantas trepadoras’, ‘Las plantas insectívoras’ y otras muchas –a cual más interesantes- traducidas todas al francés, al alemán y algunas al castellano. Con los trabajos de Darwin compiten, por su excelencia, ‘La historia de la creación’, ‘La antropogenia’ y  ‘La morfología general de los organismos’, en cuyas obras da Haeckel una importancia tal a la doctrina filosófica de la evolución, que pronto sus principios fundamentales habían de ser aplicados admirablemente en la patria de Goethe a las ciencias morales y filosóficas, políticas y fisiológicas por Buchner, Schmidt, Hooker, Müller, Wundt y Virchow, como ya lo habían sido en Inglaterra, en donde tanto se habían distinguido Lille, Huxley y el autor de ‘Los primeros principios’, el inmortal Herbert Spencer.

La propagación de una doctrina que de tal manera se imponía, no podía menos que encontrar obstinados adversarios animados y sostenidos por el fanatismo y la ignorancia –que desgraciadamente se encuentran todavía demasiado extendidos entre nosotros. Pero esta lucha no podía ser muy tenaz; a los gloriosos triunfos obtenidos en diversas épocas por la Astronomía, la Geología y la Antropología sobre los dogmas ortodoxos, debían unirse los que ahora alcanzaban los principios naturalistas sobre los espiritualistas; el golpe era mortal, y careciendo estos últimos, de hechos, -únicos argumentos posibles en ciencias reales y no las hipótesis apelan a las consecuencias morales de la doctrina para combatir las verdades conquistadas por la ciencia a costa de grandes sacrificios, de profundos estudios y de una constante y detenida observación de la naturaleza.

Las ciencias experimentales y empíricas indagan la verdad en absoluto y no se detienen a considerar el orden moral, porque la naturaleza no existen para los hombres, sino que éstos –lo mismo que todos los demás seres que constituyen- conspiran necesariamente al mismo fin, que es la prosecución de sus leyes inmutables.

Ahora bien, si se objeta que el naturalismo o materialismo científico se opone a la moral, o que, conduce al hombre por sendas extraviadas, se contestará que los más acérrimos defensores y partidarios de semejantes principios –sabios y personas ilustradas en su mayoría- no son criminales ni monstruos desprovistos de todo sentimiento, ellos conocen –mejor que nadie- la necesidad absoluta del orden moral para la subsistencia de la sociedad; y el que pueda haber algún insensato que pretenda deducir consecuencias erróneas de estas doctrinas, no es un motivo para que se las condene, porque en este caso se contestaría como Reclam a Wagner: “Admitido este principio, tendríamos que prohibir las cerillas químicas porque pueden producir un incendio, las locomotoras por las desgracias que ocasionan, y las casas de muchos pisos a fin de que nadie caiga de los balcones.”

Terminamos aquí este introducción y aplazamos para el próximo número dar una noticia sucinta de los antecedentes del Darwinismo, es decir, de los trabajos más notables anteriores a la teoría de la evolución biológica y que pueden considerarse como sus legítimos predecesores.

No intentamos emprender un examen crítico de las obras de Darwin, ni la defensa de sus conclusiones –nos reconocemos completamente incapaces de semejante obra- tan solo nos limitaremos a exponer los fundamentos de la teoría tal como la presentó su autor, para contribuir, aunque en pequeño, a la propagación de tan atrevida como trascendental doctrina.

Amantes decididos de las ciencias, y conocedores de la necesidad de una asociación de este género, desearíamos ver renacer aquel entusiasmo que a tan alto puesto llevó al Liceo, y no tardaríamos en crear la ya intentada ‘Sección de Ciencias’, aprovechando las ventajas que nos proporciona para ello este Instituto.

C. de la T.
[Carlos de la Torre y Huerta (1858-1950)]


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Citation: John van Wyhe, ed. 2002-. The Complete Work of Charles Darwin Online. (http://darwin-online.org.uk/)

File last updated 30 November, 2022